El año 1929 amaneció lleno de incertidumbres para el presidente Carlos Ibáñez del Campo, pero no eran producto de la crisis salitrera que, como sabemos asoló al país y especialmente a Tarapacá en esa época, sino por el viejo litigio entre Perú y Chile por las provincias de Tacna y Arica. Curiosamente en ese año hubo un repunte en la economía del nitrato, por lo tanto, el optimismo acompañó el primer semestre de ese año al gobierno del presidente Ibáñez. Optimismo que se sumaría a la posibilidad de un arreglo definitivo con el Perú respecto de un problema que se había iniciado con la firma del Tratado de Ancón en octubre de 1883.
El diario El Tarapacá de Iquique, anunciaba el 11 de enero que desde el día 3 de ese mes las gestiones habían llegado a un arreglo y que “las cancillerías de Lima y Santiago podían anunciar a la América y al mundo entero, que las dificultades fronterizas entre ambos habían desaparecido…” En realidad faltaban todavía demasiados detalles para llegar a ese anuncio. Recién en el mes de junio se alcanzó ese acuerdo, el entonces joven canciller chileno relata en su libro Los Pactos de 1929, ese momento crucial: “el viejo portón del Palacio de Torre Tagle (de la diplomacia peruana) era cruzado a las 11:30 de la mañana del 3 de junio de 1929, por el embajador de Chile don Emiliano Figueroa Larraín y sus acompañantes el primer secretario don Jorge Saavedra Agüero y su segundo don Fernando Zañartu Campino, con el objeto de suscribir el Tratado de Límites y Amistad que ponía fin al enconado litigio de Tacna y Arica, querella que había mantenido divididos y en peligrosa beligerancia para la armonía continental a dos pueblos que el destino común hermanaba”. No es posible de imaginar hoy las muestras de emoción y alegría que expresaron ambos pueblos y autoridades por este pacto que definió la frontera entre Perú y Chile que, quizás por lo mismo, se denominó “línea de la Concordia”.
Este acontecimiento llevó al presidente Ibáñez a visitar la nueva frontera norte, que conocía muy bien desde su época de joven oficial de ejército en Tacna e Iquique. En nuestra ciudad lo recibieron el domingo 23 de junio con un desfile que se inició a las 10:00 hras, donde se destacaron las organizaciones de obreras, especialmente de señoras. El diario El Tarapacá de Iquique, del 24 de junio, destacó la noticia señalando: “Solemne homenaje que el pueblo de Iquique tributó ayer a S.E. el Presidente de la República, Excmo. Señor Carlos Ibáñez del Campo. Asistió numerosísimo concurrencia que expresó su más franca adhesión a la política seguida por el primer mandatario…” El desfile se inició en la Plaza Condell continuando por las calles Vivar y O´Higgins en dirección a la Intendencia, el Palacio Astoreca. Incluso se señala que este acto fue filmado.
No fue tarea fácil la organización de la entrega de Tacna al Perú, al margen del doloroso episodio de la partida definitiva de la población chilena desde sus hogares en Tacna y de la resignación de la población peruana residente en Arica, había que realizar un traspaso ordenado y en forma, lo que recién se efectuó el 28 agosto. Mientras tanto, el foco del interés nacional estuvo en estas provincias, lo que llevó al presidente Ibáñez a volver a nuestra ciudad.
Durante el periodo de expansión del salitre, que llegaba a su fin precisamente en 1929, el nitrato se embarcaba en sacos a través de los diversos muelles de las casas embarcadoras utilizando los lanchones maulinos que los transportaban a los veleros o clippers que esperaban en la rada iquiqueña. Según el plano del puerto de Ramón Escudero de 1861, en pleno gobierno del mariscal Ramón Castilla, había dos muelles de embarque, uno llamado de Smith y otro de Corssen. Sin embargo, en el plano de Iquique de Dimas Filgueira, del 1º de enero de 1888, bajo la administración del presidente José Manuel Balmaceda, observamos prácticamente en los mismos lugares dos muelles, uno llamado Zayas y cia. y el otro de Gildemeister. Posteriormente, en la medida que el ciclo del salitre avanzaba se identifican “el muelle de la Grace o Mitrovich, de la casa Granja, Gildemeister, San Jorge, Locket Brothers, de Buchanan Jones el 1, 2 y 3, el de Lagunas, de Fierro, Lucía, Primitiva y Gibbs Williamson con dos”. Estos muelles junto a los veleros definieron el paisaje portuario salitrero de Iquique desde El Colorado hasta El Morro, empero, unos y otros iban quedando obsoletos con el paso del tiempo, los vapores se imponían en transporte marítimo y los puertos mecanizados eran más eficientes. Una de las primeras medidas en esa dirección fue unir la vieja isla de Cuadros, que pasaría a llamarse Serrano bajo la administración chilena, con el continente, y otra medida fue la construcción del molo de abrigo.
Uno de los más ilustres visitantes que tuvo este puerto fue el periodista William Howard Russel, quien arribó en 1889, y en su libro anota que Iquique es “un pueblo con pretensiones, con edificios públicos, la brillante cúpula de la catedral, la aduana. En el fondeadero, un gran número de barcos de diversos tipos. Los remolcadores a vapor acarreando lanchones entre la costa y los barcos, chimeneas de fábricas, y la línea del ferrocarril distinguiéndose en los cerros…. Las casas de madera están pintadas con colores brillantes: crema, naranja o azul; las puertas, ventanas o marcos en matices oscuros. El efecto general, con los miradores o cúpulas es ciertamente hermoso”. Hacia 1929 la realidad había cambiado y la comunidad iquiqueña comenzaba a mirar allende los Andes en busca de una alternativa al salitre. La elite local (asamblea municipal liderada por el alcalde Enrique Brenner) le encargó al General en retiro y escritor Carlos Harms Espejo que publicara un folleto con las principales razones que aconsejara al Gobierno del General Ibáñez una construcción ferroviaria a Bolivia (Comité por el pro-camino Iquique Oruro). Ibáñez debía responder a la demanda local, pero no fue el ferrocarril solicitado por su compañero de armas Harms Espejo y la comunidad iquiqueña, sino miró hacia la modernización del puerto de embarque.
El Presidente Carlos Ibáñez del Campo arribó a Iquique nuevamente el domingo 4 de agosto proveniente de Pisagua y lunes siguiente, en un acto que fue escasamente difundido inauguró las obras del moderno puerto de Iquique. Una placa de mármol inmortalizó ese momento que sería decisivo en el desarrollo portuario futuro de nuestra ciudad. Posiblemente la belleza de la bahía con decenas veleros salitreros, nunca será alcanzada, pero a cien años del auge del nitrato Iquique nuevamente está disfrutando de un ciclo económico minero, pero con una notoria proyección internacional.
Dr. Sergio González Miranda